6. Encarcelar la protesta, encarcelar la democracia
Este es el último escalón del penalismo mágico, no busca solo castigar a los inferiores en la jerarquía (pobres, mujeres e inmigrantes) sino también castigar a quien quiere abolir esas jerarquías. La persecución de los movimientos sociales es una pieza clave en el mantenimiento del punitivismo.
La alternativa es entre más democracia o más jerarquía. El penalismo mágico (la creencia en el poder casi divino de cárceles y policías) es imprescindible para el triunfo de la opción jerárquica, no solo por cuestiones prácticas (porque intimida y debilita la potencia transformadora de la acción colectiva), si no, sobre todo, por cuestiones simbólicas: porque el uso abusivo de la violencia estatal manda el mensaje de que hay que obedecer a los que mandan, no porque sean justos, sino simplemente porque tienen el poder.